En una de nuestras últimas actividades realizadas, no nos encontrábamos en la densa selva de montaña de Ruanda, ni tampoco buscando a los amenazados gorilas, ni protagonizando la trama de la famosa película de los años 80, «Gorilas en la niebla». Sin embargo, si estábamos en el interior de la provincia de Zamora, con dos estupendos participantes, procedentes de Vigo, inmersos en la densa niebla de finales del mes de noviembre.
El propósito era muy claro, observar aves. Sin embargo, como si de los amenazados gorilas se tratase, algunas de las especies que nuestros participantes querían observar, se encuentran con problemáticas de conservación cada vez más importantes, que las hacen poco a poco más escasas. A lo largo de dos jornadas de campo maratonianas, recorrimos diferentes zonas de las provincias de Zamora, Salamanca e incluso Valladolid.
Aunque el pronóstico meteorológico era favorable, las nieblas de finales del otoño, hicieron acto de aparición. Nieblas muy densas, cargadas de mucha humedad en el ambiente, sin apenas subida de la temperatura por encima de 10-12 grados, y sin apenas rachas de viento. Ya lo dice ampliamente el refranero y sabiduría popular. «Niebla de noviembre, trae al Sur en el vientre» ; «Mañana de niebla, tarde de paseo»; «Día de niebla, día de siesta, si no llueve o nieva»
Con estas condiciones, la dificultad para detectar tanto a las especies solicitadas por los participantes, como cualquier otra, se hacía prácticamente imposible. No obstante, la niebla, también propicia una serie de ventajas, que pueden ser aprovechables. Las condiciones frías, jornadas de «mal tiempo», densas nieblas, condicionan que muchas aves de gran porte, como las aves rapaces o incluso algunas zancudas, permanezcan descansando, inmóviles, en ayuno, hasta que las condiciones mejoran y puedan realizar sus desplazamientos hasta las zonas de alimentación.
Es lo que tiene la propia y antojadiza naturaleza, que cualquier planificación previa, la modifica.
Otra de las principales ventajas de la niebla de los meses invernales, es la observación de paisajes efímeros, marcados por una soberbia belleza, que roza el misticismo, más aún, si se camina en zonas de marcado silencio sepulcral. Un silencio, que sólo se interrumpe por el alboroto del reclamo de las grullas, a lo lejos, en la laguna.
Durante buena parte de la mañana de la primera jornada, las condiciones, sólo nos dejaron observar a unas pocas especies de aves, como las intrépidas cornejas negras y cuervos grandes, que aprovechan la existencia de cualquier carroña, o algunos busardos ratoneros y cernícalos vulgares, intentando secar su plumaje henchido y empapado. Solamente, los bellos y enigmáticos milanos reales, aparecían de pronto, para disiparse de nuevo, en pocos segundos entre los bancos de niebla.
Habíamos recorrido gran parte del centro y del este de la provincia zamorana, y llegados a la comarca de La Guareña, debido a la altitud ligeramente superior sobre la cuenca fluvial del Duero y su orografía, cuando comenzamos a ver el celeste cielo. Con una visibilidad mucho mejor, detectamos a otras especies, como una garceta grande, buitres leonados aún descansando en sus dormideros, y un inmaduro subadulto (damero) de águila imperial ibérica. Una de las especies que nuestros participantes querían observar.
Poco tiempo después, y debido a que la niebla se cerraba sobre el resto de las zonas planteadas por visitar, continuamos aún más hacia el sureste. Fue aquí, en una de las últimas regiones de toda la comunidad castellano y leonesa, dónde observaríamos dos de las especies más escasas. Soleadas con un sol de invierno, sin un ápice de viento, y con una agradable temperatura, las extensas planicies recién germinadas de cereal, se extendían como una tonalidad verde sin fin, alternadas por los horizontes marrones y pedregosos de rastrojos y barbechos.
En este horizonte, nos recibió un precioso macho subadulto de aguilucho pálido, buscando incansablemente alguna presa a la que sorprender. Los sorprendidos fuimos nosotros, cuando, a los pocos segundos, apareció un precioso ejemplar de búho campestre. Otra de las especies que para nuestros participantes y para cualquier enamorado de las aves, nunca se cansa de toparse en el campo. Una vez observado, y sin ocasionarle las molestias que, generalmente, persiguen los lugares de descanso de esta especie, seguimos nuestro itinerario.
En la distancia lejana, observamos un nutrido grupo de avutardas, que rápidamente pasaron a un «segundo plano», al localizar a una de las otras especies demandadas por nuestros participantes. Un reclamo único, característico, inolvidable, que para los que conocemos la problemática de la especie de primera mano, se vuelve cada vez más un recuerdo, sonó en el azul del cielo. Eran ortegas. De pronto un bando compacto pero disgregado en varios grupos, apareció a una distancia media, para concentrarse en uno de esos horizontes verdes y seguir alimentándose. Al poder observarlas tranquilas entre el cultivo, pudimos apreciar las diferencias en el diseño entre machos, hembras e individuos de diferentes edades.
Conocedores de la importancia de la observación, debido al número de individuos, y también de la presencia en la zona de su pariente, todavía más escasa y en franco retroceso, la ganga ibérica, observamos detenidamente a cada uno de los ejemplares visibles del bando. Y en efecto, entre las corpulentas y compactas figuras de las ortegas, con sus negros vientres, descubrimos otras formas más estilizadas, ligeras, generalmente más alargadas, con un rallado diferente en el dorso y blancas como la nieve en sus regiones ventrales. Ahí se encontraban, infiltradas, al menos, tres ejemplares de ganga ibérica. Tres ejemplares junto al resto del bando, compuesto mayoritariamente por ortegas, que como auténticas joyas de la llanura, perduran a duras penas en nuestra comunidad.
Abandonamos la zona, sin ocasionar ninguna molestia a las preciadas aves que siguieron alimentándose, no sin antes observar otra de las especies invernantes de estas llanuras, que parecen no tener fin, el esmerejón. Caía el sol y las aves y pájaros diurnos, que emergieron de la niebla, regresaban a sus dormideros.
Momento éste, para finalizar la primera jornada, observando la llegada de varios miles de grullas a un dormidero en un humedal cercano. Gaviotas sombrías, gaviotas reidoras, garcetas grandes, y diferentes especies de anátidas se concentraban en la lámina de agua. Mientras tanto, el cielo azul se despedía, tornándose de tonos ocres, rojos, violetas, salpicado de miles de siluetas de grandes y ruidosas aves, las grullas.
Estelas y formaciones de miles de grullas, retornando de sus zonas de alimentación hasta la seguridad del humedal. Así despedíamos la primera jornada de nuestra actividad, no sin antes descubrir el comienzo del campeo de una nívea silueta, la lechuza común. Pronto volvimos a estar inmersos en la oscuridad y en la más opaca niebla, que nos acompañaría hasta nuestro siguiente destino y jornada, motivo de la siguiente crónica.
Bonito relato de las dos jornadas «bajo la niebla» e interesantes las especies que se pudieron ver.
Supongo fué una experiencia de las que se recuerdan.
Hola Miguel,
Muchas gracias por tu comentario. Desde luego, fueron dos jornadas excepcionales, pese a las difíciles condiciones climatológicas. Un abrazo
Gonzalo (de Eritacus) , como siempre, disfrutar contigo de nuestro país y de las aves y mamíferos que lo habitan es un placer.
Dan ganas de volver. Y con una buena cámara como la que captó estas imágenes, mejor.
Gonzalo, nos acordamos mucho de tu amabilidad y profesionalidad la familia de urbanitas coruñeses que tuvimos la suerte de compartir contigo un viaje.
Hola Ana, Muchas gracias por vuestro comentario. Fue un placer compartir esas jornadas con toda vuestra familia. Un fuerte abrazo!