Efímera, bella, colorida, sonora, olorosa, vivaz… son muchas las palabras que evocan la estación más explosiva del año, la primavera. Noventa y dos días que cada año, suceden en el atareado calendario de la vida. Noventa y dos días, en las que maravillarnos con la asombrosa capacidad que tiene nuestra naturaleza de generar nueva vida, intentando recomponerse de las numerosas amenazas y tropelías derivadas de nuestras actividades, a las que se enfrenta.
Quizá sea la estación preferida de muchos de nuestros seguidores y participantes de actividades, aunque cada estación, cada época, cada momento es único e irrepetible. Personalmente, creo que no se entendería la alegría de la primavera sin el silencio abrumador del frío invierno o sin la caída de las hojas de los hayedos en otoño.
Efímera, sí, y cada vez más, con la continua, excesiva y temprana subida de las temperaturas, como este año, en el que la primavera se muestra un tanto agostada ya, pese a estar en el mes de Mayo. Sin embargo, el reloj biológico de la mayoría de vertebrados e invertebrados, así como la floración y el crecimiento de la flora que nos rodea, nos hace disfrutar con la contemplación de ésta. ¿Quién no ha observado unas bellas flores que por arte de magia, florecen en cuestión de unos pocos días donde antes no había nada? ¿Quién no ha jugado con una roja y negra mariquita en sus dedos, cuando era un crío?
Queremos, en esta entrada, reflejar, en la medida de lo posible, esta primavera en la que nos encontramos, acompañando nuestro relato con imágenes, intentando transmitiros a un viaje por la primavera, no solo mediante la realización de actividades en la naturaleza, si no también mediante esta síntesis informatizada.
Quizá, sin lugar a dudas, la suerte de nuestra pasión y a la vez también trabajo, sea la posibilidad de pasar mucho tiempo en pleno campo, en la montaña, en humedales, en zonas forestales o en regiones con mosaico agrícola. Esta diversidad de espacios y biotopos, acompañada del contacto frecuente con los habitantes y tradiciones de cada una de éstas, nos ayuda a completar, sin duda alguna, la sed incansable en la búsqueda y posterior trasmisión de información y conocimientos.
Empezamos este viaje, en las montañas de la cordillera cantábrica, en una zona forestal compuesta por hayedos, robledales, pinares y pequeños acebales, sorprendiéndonos con la agilidad y la elegancia en los movimientos de un corzo (Capreolus capreolus).
Aún en un estado muy incipiente, debido a las tardías brotaciones de las hayas y robles, que hacen que el dosel arbóreo aún esté abierto, nos permite localizar, al amanecer, cuál fantasma, a un bello macho de Gavilán común (Accipiter nisus), acosado por una pareja de alborotadores arrendajos (Garrulus glandarius).
Pronto, la luz se va abriendo paso, la temperatura aumenta y las brañas donde se apacenta el ganado se convierten en una alfombra de bellas flores, como los narcisos. Los trinos, alertas y melodías de los pequeños pájaros, alegres con la salida del astro, se hacen cada vez más patentes.
(Narcissus asturiensis) en flor.
De pronto, debido a la condensación, aparecen las brumas y nieblas desde la costa lejana, jugando, revoltosa en girones sobre las cumbres.
Escribano montesino (Emberiza cia) en un mar de tojos y brezos.
Con la contemplación de estas agrestes montañas, desapareciendo entre la niebla, nos dirigimos ahora a un humedal cercano, observando a los primeros individuos de especies como el Carricero tordal (Acrocephalus arundinaceus), que comienza a reclamar con notoriedad la propiedad de su carrizal.
Carricero tordal (Acrocephalus arundinaceus) cantando.
En el sotobosque cercano, localizamos también a los cucos (Cuculus canorus), cantando en la espesura de la foresta, dónde se ubica paciente una bella pareja de águilas calzadas (Aquila pennata) arreglando el nido. Continuamos ahora, desplazándonos más al sur, a la querida y vasta extensión agrícola de Tierra de Campos, y la alternancia con los arroyos y ríos de gran importancia, masas forestales y arbustivas y páramos que la rodean y salpican.
Quizá nuestros lectores y seguidores, al igual que le ocurre a los participantes que eligen conocer la biodiversidad de estas regiones, más alteradas por la mano del hombre desde antiguo, puedan pensar, que la cantidad y diversidad de especies sea menor, siendo sin embargo, una falsa y errónea impresión. Los extensos campos de cereal, los eriales y parcelas en barbecho, unidas a otros ricos ecosistemas que nombrábamos anteriormente, acogen a buena parte de las especies de aves, cuyo estado de conservación actual, es de los más frágiles de cuántas podemos observar.
Y no sólo las acoge, si no que además, podemos deleitarnos con sus bellos comportamientos de cortejo y caza. ¿Cuán triste sería el verde espigar de los campos de la meseta sin los gráciles vuelos de los aguiluchos? ¿Qué decepcionante sería no observar los asombrosos pavoneos y transformaciones de los barbones de avutarda realizando la rueda? ¿Cómo sonaría este mar de espigas, sin el reclamo de la codorniz, la perdiz roja o el sisón? SILENCIO. Ese silencio que comenzamos, tristemente a escuchar en muchas partes de esta región.
Aguilucho cenizo (Circus pygargus) macho cazando.
Unos aguiluchos, en especial el Aguilucho cenizo (Circus pygargus), cada vez más escasos debido al acoso anual mortal de las cuchillas de las cosechadoras industriales, unos sisones y avutardas cada vez más mermados por el cambio de uso del suelo, la eliminación y transformación de parcelas en barbecho y eriales, la construcción de infraestructuras… Son tantos los problemas de nuestras especies esteparias, que no acabaríamos nunca de enumerar las amenazas que se ciernen sobre ellas. Os dejamos con algunas de las fotografías recientes, que hemos podido realizar a algunas de estas especies, antes de que, por desgracia, sólo podamos deleitarnos mediante el recuerdo a través de las fotos e información recogida.
Machos de sisón (Tetrax tetrax)
Machos de Avutarda común (Otis tarda), realizando la rueda y descansando.
Macho de perdiz roja (Alectoris rufa), recién dado un baño de arena.
El calor se hace cada vez más patente, además de en el termómetro, en los movimientos de estas especies, que parecen retirarse hasta final de la tarde. Sin embargo, el calor beneficia a otro de los pilares fundamentales de la primavera y el verano, los reptiles, que también constituyen una buena parte de la alimentación de las numerosas rapaces que sobrevuelan esta campiña agrícola, incluso de los aguiluchos cenizos, como vemos a continuación en las fotografías.
Lance de caza de un macho de Aguilucho cenizo (Circus pygargus), capturando un lución (Anguis fragilis).
Lagarto ocelado (Timon lepidus). A continuación, secuencia de alimentación, de un macho melánico de Aguilucho cenizo que ha capturado un lagarto ocelado.
Llega la noche anunciada por un breve chubasco, las rapaces diurnas, como los aguiluchos y los cernícalos primillas se retiran a descansar, y los abejarucos aprovechan la ocasión para horadar sus nidos en los taludes y cortejar a sus congéneres.
Abejarucos europeos (Merops apiaster)
Macho y hembra adultos de aguilucho cenizo (Circus pygargus)
Con la llegada del crepúsculo, no cesan los estímulos auditivos que nos guarda la primavera para nuestros oídos. Ruiseñores comunes, Mochuelos, Autillos, Chotacabras, y los reclamos de infinidad de anfibios allí dónde exista algo de humedad, como es el caso del Sapo corredor (Epidalea calamita).
Sin duda, una estación repleta de vida que hemos querido compartir con vosotros y que ¡¡no te puedes perder!!
Muy interesante
Muchas gracias, Carmen!
Espectacular documentación gráfica y literaria; así apetece pasar la primavera-verano haciendo excursiones…
Muchas gracias!! Estamos encantados de que os haya gustado y os haya invitado a realizar excursiones y actividades.
¡Increíbles fotografías!
Muchas gracias César.