Disfrutando de la Rueda de la Avutarda.

Protagonista también de la anterior entrada, el cortejo de la reina de los espacios abiertos, fue el mayor atractivo para los participantes de la jornada del pasado 28 de Marzo. Una soleada jornada de finales de marzo, sin apenas viento, nos permitió enseñar a los grandes barbones exhibiéndose ante los harenes de hembras. 

Grupo de participantes en la actividad del pasado 28 de Marzo. Autora: Alicia Casillas.

Comenzamos la mañana desde el poblado de Otero de Sariegos, observando la inmensidad de la Salina Grande ante nosotros, repleta en estos tiempos de aves acuáticas en paso migratorio y otras muchas que usarán las seguras isletas de este medio para reproducirse. Antes incluso de que pudieran llegar todos los participantes, un agerrido ejemplar de Halcón peregrino (Falco peregrinus)  nos deleitó con un intenso acoso a dos individuos de Milano real (Milvus milvus) mediante chillaba estrepitosamente a la vez que realizaba raudos picados. 

La observación de este falcónido derivó rápidamente, casi tanto como sus temibles vuelos, en la observación de las gráciles y bellas avocetas comunes (Recurvirostra avosetta) que se agolpaban en notables grupos, alimentándose con esa forma tan peculiar sobre la masa de insectos voladores que revolotean sobre la lámina salobre de las lagunas. Junto a ellas, las bellas anátidas, como los cucharas europeos (Spatula clypeata) o los ánades rabudos (Anas acuta) lucen sus mejores galas, señal inequívoca de que estos patos pronto marcharán a sus cuarteles de cría. 

Avoceta en vuelo.

Una vez observadas estas y otras muchas especies ligadas a los medios acuáticos, volvimos nuestra atención hacia el despoblado de Otero de Sariegos. Un enclave único, que hasta 1900 llegó a tener hasta 166 habitantes y que hasta hace unos 20 años aún mantenía la inmensa mayoría de las viviendas en pie. Viviendas construidas con materiales como el adobe (una mezcla de barro y paja) que con el paso de los años y la falta de conservación, hoy aparecen desplomadas a excepción de la Iglesia de San Martín de Tours, algunos palomares tradicionales y unas pocas corralas y viviendas que aguantan a duras penas enhiestas. 

El resto de las viviendas o lo que queda de ellas, son algunas vigas y montones de adobe, que condicionan un auténtico oasis para los numerosos y abundantes conejos de campo (Oryctolagus cunniculus) creando enormes vivares. Gracias a las galerías creadas por estos lagomorfos, el Mochuelo (Athene noctua), símbolo de la divinidad griega Atenea, encuentra en estos «majanos» de escombros, arcilla y madera el último refugio a falta de las oquedades de tejados y muretes. Sin duda, Otero de Sariegos es actualmente, uno de los mejores enclaves para la observación de estas dos simpáticas especies animales.

Al igual que le ocurre a la pequeña rapaz nocturna, los participantes pudieron disfrutar de los bellos y cada vez más escasos Cernícalos primillas (Falco naumanni), apreciando las diferencias sexuales entre machos y hembras, mientras las pequeñas falcónidas se soleaban con los primeros rayos solares, posados en uno de los últimos tejados en pie, el de la iglesia. 

Macho de Cernícalo primilla en vuelo.

Con este comienzo tan variado y representativo, pusimos rumbo a los verdes y ondulados cultivos, típicos de esta comarca conocida como Tierra de Campos. Precisamente aquí, en los alrededores de las salinas, es dónde pretendíamos observar a la más notable representación de las aves esteparias, la Avutarda (Otis tarda) y su peculiar cortejo nupcial, conocido popularmente como la Rueda. Al poco de llegar al observatorio de la Salina de Barillos, pudimos detectar un nutrido grupo en una de las alfalfas. Mientras preparábamos el material óptico, uno de los enormes barbones (nombre que reciben los machos adultos debido a los bigotes de ambos lados del pico) destacó en aquel lienzo verde de espigas. 

Barbón haciendo la rueda. Autora: Hortensia Cobreros.

Pronto y durante varios minutos, comenzó su asombrosa transformación, pasando de la tonalidad críptica de sus partes superiores a una gran bola de color blanco níveo mientras se pavoneaba. A su derecha, numerosas hembras prestaban atención sin apenas destacar por encima de la vegetación. Al poco tiempo, otros machos comenzaron a realizar esa danza ritualizada, siendo detectados fácilmente a simple vista por los participantes. 

Diversos ejemplares de avutarda, el macho del centro en plena rueda.

 

Grupo de avutardas volando. Autora: Hortensia Cobreros.

Encantados con la observación de las numerosas avutardas y con varias visiones del cortejo de éstas, nos desplazamos a la siguiente parada. Allí, pudieron seguir disfrutando de otros tantos ejemplares que también realizaban la rueda aún más cerca que las anteriores. Entre los devenires de los altardones o avetardos, pudimos disfrutar del cicleo de un águila calzada (Hieraaetus pennatus) o del zureo de las compactas palomas zuritas (Columba oenas). Aunque sin lugar a dudas, para los participantes una de las mayores sorpresas  fue la observación de una bella coruja (Tyto alba), que tantas veces habrán observado a través del televisor y que conocen popularmente. Impregnados por la observación de la ya escasa lechuza en muchas zonas nos dispusimos a hacer la parada para la comida, mientras nos sobrevolaban milanos negros (Milvus migrans) y disfrutábamos del concierto monótono de los upupeos de la Abubilla (Upupa epops).

 

Lechuza común (Tyto alba)

Por la tarde, visitamos la Casa del Parque, en la que además de conocer otros valores englobados en la reserva, pudimos observar otras especies en las lagunas artificiales, menos frecuentes hoy en día en las salinas naturales. Entre ellos destacaron la observación de algunos individuos de Porrón moñudo (Aythya fuligula), numerosas fochas comunes (Fulica atra), las elegantes cigüeñuelas comunes (Himantopus himantopus) o un escurridizo rascón europeo (Rallus aquaticus) que delató su presencia por sus agudos chirridos. 

Una de las fochas comunes portaba un collar de lectura a distancia. Una vez tramitada la observación y gracias a la Estación Biológica de Doñana, hemos podido conocer su procedencia, habiendo sido anillada hace 8 años.

Para finalizar, volvimos a la contemplación de la enorme lámina de agua de la Salina Grande, observando a las ruidosas gaviotas reidoras (Croicephalus ridibundus) y detectando a otras especies como algunos ánsares comunes (Anser anser) y a dos bellas parientes de éstos, las barnaclas cariblancas (Branta leucopsis).

 

Una actividad de jornada completa, en la que los participantes, pudieron, además de disfrutar de nuevos parajes desconocidos para muchos de ellos, aprender sobre la importancia de los humedales y también de las estepas cerealistas, conocer nuevas especies y deleitarse con el cortejo reproductor de la Avutarda.

Si no pudiste apuntarte o quieres participar en esta actividad, aún hay plazas disponibles para las jornadas previstas el 4 y el 11 de Abril. ¿Te lo vas a perder?

 

2 thoughts on “Disfrutando de la Rueda de la Avutarda.

  1. Un día precioso en el que, gracias a vosotros, aprendimos un poco más de las aves y de su entorno

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