La vida entre las rocas

La orografía, ya sea de menor (peñas, rocas o pequeñas piedras) o mayor singularidad (montañas,  cimas, cortados y  acantilados) constituye desde antiguo un motivo popular muy usado en la elaboración de leyendas, en numerosas ocasiones, asociadas a la existencia de dioses y aparición de imágenes religiosas, procedente de la admiración que nos causan. En la tradición escrita y oral antigua, podemos encontrar multitud de ejemplos. Actualmente, la consulta detallada de la etimología de los municipios y de los topónimos, nos ayuda a comprender la importancia de la geología como condicionante de vida y nos resuelve llamativos nombres de ciertos parajes.

La geomorfología caprichosa de la Península Ibérica, condiciona a su vez una nutrida biodiversidad vegetal y animal, pudiendo encontrar numerosos biotopos en una superficie relativamente pequeña. Sin embargo, no hay que olvidar que también condiciona una importante parte de nuestro desarrollo vital. Gracias a estos materiales inertes, podemos cultivar el suelo, extraer minerales o construir nuestras viviendas, dando un encanto especial a esas arquitecturas populares antiguas que podemos encontrar repartidas por nuestra geografía.

Las tenadas de las grandes corralonas, los muros de piedra de los huertos y bancales o las paredes de las bajas y pequeñas casas, prácticamente olvidadas y abandonadas al lento pero tenaz paso del tiempo, son de gran relevancia.

En primer lugar, debido a la capacidad asombrosa que poseen, para transmitirnos en un fantástico viaje, a la dura vida rural de finales del siglo 19 y comienzos del siglo 20. En segundo lugar, y en relación a su origen e importancia, al crear composiciones arquitectónicas muy interesantes en la forma, materiales y belleza de su construcción, siendo quizá uno de los mayores elementos de nuestro patrimonio artístico-cultural. Y en tercer lugar, por constituir refugios para cientos de formas de vida animal y vegetal. 

Un rincón de la montaña palentina

Un rincón calizo de la montaña palentina.

Es el caso de numerosos poblados, municipios y alquerías de tierras castellanas. Enclaves, que un día, no tan lejano, fueron la casa de multitud de familias que compartían la vida junto a numerosos animales, además del ganado del que muchas vivían o mejor dicho, subsistían.

En la vieja, rojiza y seca arcilla de las tejas árabes de las tenadas, podían observar a comienzos del mes de Marzo la llegada de unas gráciles, alborotadas y ruidosas rapaces, que recibían, por poner algunos ejemplos, el nombre vernáculo de gaviluchos o de primillas. Alegres vecinos, los cernícalos primillas (Falco naumanni) compartían las oquedades de aquellos tejados y muros de piedra y adobe, con otras aves como los estorninos negros (Sturnus unicolor) y los gorriones chillones (Petronia petronia). En el viejo campanario, próximo a las corralas, anidaban cada año alguna pareja de cigüeñas blancas (Ciconia ciconia) y en sus mechinales, las bellas, negras y pequeñas siluetas de las grajillas (Corvus monedula) incubaban sus puestas de huevos azulados, mientras los chirriantes grupos de vencejos comunes (Apus apus) parecían hacer carreras aéreas girando en torno a la torre.

Con los rayos del ocaso y las primeras luces de la luna, los mochuelos  (Athene noctua) se saludaban entre los tejados con sus maullidos dejando paso a las blancas, pulcras y elegantes corujas (Tyto alba). Sin embargo, el ganado ovino y vacuno que encerraban los paisanos en los apriscos y las cuadras, a buen resguardo para pasar la noche, compartía este peculiar biotopo con muchos otros animales. 

Mochuelo (Athene noctua) en una pared de adobe en la provincia de Zamora.

Entre las grietas que conformaban los muros de mampuestos existía una vida mucho más pequeña. Numerosos, los invertebrados encontraban en estos rincones húmedos, entornos idóneos para su reproducción, más aún con la presencia regular del ganado. Los roedores, altamente adaptables corrían de un lado a otro de los pajares, buscando semillas que almacenar en sus despensas y atentos a la presencia de depredadores como la comadreja (Mustela nivalis) que encontraba en estos muretes de piedra, un lugar tranquilo donde refugiarse y sacar adelante a su prole. Pequeñas lagartijas y algún que otro ofidio se sentían también tentados al calor de las piedras en los meses estivales. Incluso la bella patirroja o perdiz roja (Alectoris rufa), despertaba con su cantinela desde el más alto de los muros, que eran refugio de una rica comunidad en quirópteros, y tras los que dormitaban tranquilas las negras gallinas castellanas, fuera del alcance de astutos raposos.

Perdiz roja (Alectoris rufa) posada en lo alto de un muro. Zamarra (Salamanca)

Actualmente, aún existen rincones, sacados de aquellas leyendas y cuentos a lo largo y ancho de nuestra geografía. Cada vez más escasos y sobre todo más abandonados, en muchas ocasiones en un estado ruinoso, no nos damos cuenta de los tesoros que perdemos. Absortos en nuestras grises y monótonas ciudades, que un día podrían quedar tan desiertas como estos bellos enclaves.

Las tres primeras imágenes se corresponden con el municipio de San Román de los Infantes (Zamora) y la última fotografía está realizada en la Alquería Riolobos con su torre del siglo XII-XIII de estilo múdejar (Salamanca)

Este patrimonio cultural, conformado por unas valiosas construcciones, fruto del esfuerzo manual de las generaciones predecesoras, albergan a su vez un rico patrimonio natural,  ambas riquezas que hemos querido señalar con este pequeño relato, los cuáles tenemos la obligación de conocer y conservar.

 

4 thoughts on “La vida entre las rocas

  1. Miguel Angel García febrero 23, 2021 — 10:54 am

    Interesante relato, mezcla de cultura popular, fauna, naturaleza…con escenas y imágenes que nos son cercanas y emotivas a los que procedemos del ambiente rural de Castilla y Leon…
    Miguel Angel.

    1. Muchas gracias Miguel Angel. Una parte, ese patrimonio popular tan importante como nuestro patrimonio natural.
      Un saludo.

  2. Bonito y nostálgico post, que da ganas de volver a visitar esas viejas piedras, esos rincones olvidados, esos pueblecitos medioabandonados donde el ecosistema era tan rico e interesante…entonces se vivía en simbiosis con la naturaleza…
    Gracias por esta lectura amena e instructiva….
    ¡¡y qué bonita la foto del mochuelo en su pared de adobe!!
    Danielle.

    1. Muchas gracias por el comentario. Sin duda, una alegría que os haya gustado. Desde luego son ecosistemas únicos en sí mismos, con una naturaleza cercana, agradable y me atrevería a decir que simpática.
      Un saludo

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